LEÓN FERRARI 100 AÑOS

Un proyecto para expandir una trayectoria de 100 años

AUGUSTO FERRARI. EL PADRE DE LEÓN

Arquitecto, pintor, precursor

LA BONDADOSA CRUELDAD

Sobre la exposición en el Museo Reina Sofía

CUADRO ESCRITO

Imágenes y textos para leer

LEÓN INMATERIAL

Arte y política, una actitud de lucha

LA RESPUESTA DEL ARTISTA

Texto de arte y política

La Justicia / 1492-1992

Quinto centenario de la conquista

FILIACIÓN

Augusto y León, de padre a hijo

EL REPORTAJE

Entrevista collage

EL PADRE DE LEÓN: AUGUSTO CESAR FERRARI, ARQUITECTO-PINTOR

León, ya famoso en el mundo, afirmaba que el verdadero artista de la familia era el padre: multifacético, pintor de caballete, de panoramas, de iglesias, arquitecto y fotógrafo. Un hombre fuerte y resiliente, genial y culto, emprendedor y valiente, capaz de concebir y gestionar grandes empresas arquitectónicas y pictóricas.

Nacido en 1871 en Italia, cerca de Módena, sin haber conocido a su madre y habiendo conocido a su padre a los veinte años, Augusto se formó en pintura y en diseño ornamental de arquitectura en la Academia Albertina de Bellas Artes y en el Museo Nacional Industrial de Turín.

Allí, en 1910, realizó en cuatro meses, con cinco ayudantes, el panorama Messina destruida por el terremoto de 1908, un lienzo de casi 2000 m2 exhibido por más de un año en un sitio cerca de la Exposición Internacional de 1911. Lo había encargado una sociedad propietaria de cinematografías, lo que demuestra que este género pictórico, que ofrecía al público una emocionante experiencia inmersiva en batallas o grandes acontecimientos, todavía estaba vivo en los años en los que el cine daba sus primeros pasos para afirmarse como espectáculo de masas. A finales de enero de 1914 Augusto llevó su panorama a Buenos Aires para exponerlo: fue este proyecto el que lo hizo dejar el trabajo de pintor y profesor en Italia, pero por la crisis económica nunca se mostró y se encuentra perdido. Sin ser un inmigrante en busca de suerte, sino un profesional seguro de sí mismo, pronto se propuso como pintor a cambio de hospitalidad en la Orden de los Monjes Capuchinos de Nueva Pompeya, un barrio obrero muy pobre, comprometido con muchas actividades sociales (biblioteca popular, escuela nocturna para adultos, escuela de costura y cocina popular gratuita). La iglesia de Nueva Pompeya era también la sede de uno de los círculos de obreros católicos (COC), presidido por el monseñor Miguel de Andrea, director de los COC, quien fue su amigo durante toda la vida. Ya que los frailes tenían poco dinero, probó su maestría decorando ambientes en 1914 con una técnica “pobre” de su invención: “betún y carbón grafito”. Lo mismo hizo en la cúpula de la capilla del convento y escuela-taller del Divino Rostro en 1915, ampliándola visualmente con arquitecturas ficticias. Allí conoció a Celia del Pardo, la mujer que sería el amor de su vida y la madre de sus cinco hijos.

Eran momentos de socialcristianismo en el ambiente eclesiástico: así Augusto empezó a tener relaciones con importantes personalidades de la jerarquía eclesiástica argentina. Al darse a conocer, en 1916 obtuvo los encargos de los panoramas por el centenario de las batallas de Salta y de Tucumán, y en 1917 el de la remodelación y decoración de la iglesia de San Miguel Arcángel (1917-1922), en pleno centro de Buenos Aires, de la que era cura rector monseñor de Andrea. Juntos hicieron de San Miguel un manifiesto de la doctrina social de la Iglesia difundida por la encíclica Rerum Novarum de León XIII, pintando en ciento veinte cuadros el vínculo de la religión con el trabajo y la familia. Para estos cuadros, Augusto utilizó la técnica aprendida en Turín, usando como bocetos las cientos de fotografías que iba sacando a modelos vestidos -o desvestidos- y dispuestos por él en varias escenas, con sabia dirección y clara visión del proyecto en conjunto. Esto constituyó luego un importante archivo de imágenes que en 2004 la familia donó al Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires.    

El rediseño de la fachada y la remodelación del interior de la iglesia de San Miguel fueron ya claramente obras de arquitectura para las que Augusto se sirvió de sus estudios académicos y de su experiencia de gran escenógrafo adquirida en Italia, realizando panoramas y decorando iglesias. Pero obras verdaderas de arquitectura las hizo solo a partir de 1927, después del viaje que definió como “de estudio” a Italia (1922-1926), cuando con Celia y los tres hijos varones volvió a “su” mundo turinés: viajó, fue de vacaciones  y, además de practicar con pasión la fotografía y la pintura (creando las interesantes series Nudinas y Venecias), seguramente se actualizó en arquitectura.

Al regresar a Buenos Aires en mayo de 1926, organizó pronto una ambiciosa exposición sobre su pintura en la céntrica calle Florida, en la Galería Witcomb. Pero los tiempos habían cambiado: la crítica reconoció pasados sus temas y expresividad. Inmediatamente tuvo el encargo para su primera obra de arquitectura: el claustro del santuario de Nueva Pompeya (1926-1927), en el que  reprodujo en cemento piezas de escultura gótica italiana. Poco después, el padre Juan de Ansoain, párroco de los barrios sur de Córdoba, le encargó la iglesia de los Capuchinos: desde 1927, Augusto creó el gran templo del Sagrado Corazón, el primer edificio en hormigón armado de la ciudad (cuyas estructuras diseñó con el Ing. Alfredo Olmedo e hizo dirigir por el Sr. Bruchatelli, a quien llamó expresamente desde Italia), con pináculos y monstruos en cemento y la invención del cielo estrellado que reproduce fielmente en las bóvedas el firmamento de Córdoba en el año 1930. Esta iglesia lo colocó entre los máximos arquitectos eclécticos-neogóticos, estilo que en él fue una mezcla de gusto francés y memoria de las iglesias historicistas en ladrillos de las tierras padanas donde había nacido y crecido, y se había formado.

Además de estas obras maestras, la producción de Augusto fue excepcionalmente vasta, por encargos públicos (otro panorama en 1928 para el centenario de la fundación de Bahía Blanca), privados (elegantes chalets que realizó en la provincia de Córdoba, como Villa Allende y Agua de Oro), religiosos (en Córdoba, ciudad y provincia, las iglesias de Villa Allende, de Unquillo y de Río Cuarto, y las capillas del Huerto y de la Merced, su colegio y también el del Sagrado Corazón). En Buenos Aires realizó la supervisión arquitectónica y la dirección de obra de la Abadía de San Benito. Y concursos y muchos otros proyectos realizados y no.

Como arquitecto demuestra una inteligente adhesión a los dictados eclécticos de la escuela de ornato que, debiendo sobre todo responder a las exigencias de auto representación de las órdenes religiosas, declinó con el gusto neomedieval asimilado en Turín. En el plano técnico no temía las novedades: práctico y curioso, usaba convencido el hormigón armado y para las decoraciones experimentaba con el uso del cemento y técnicas varias.

Por cuanto a la pintura de caballete, esta fue la pasión de toda su larga vida. Primero practicada por trabajo, cuando -con un taller en Turín- expuso en todo el mundo y después de 1927, sobre todo por pura diversión, siguiendo su ruta personal lejos de las vanguardias.

Por cuanto reconstruido hasta ahora, Augusto parece aislado, satisfecho de la vida en familia y del trabajo, con pocos amigos, si no artesanos, frailes y sacerdotes con los que hacía sus iglesias.

A la constante atención de la prensa, primero en Italia y luego en Argentina, siguió un silencio pluridecenal hasta la retrospectiva que los hijos León y Susana realizaron en Buenos Aires en 2002. Finalmente en 2018 fue recordado también en Italia con la exposición en la Pinacoteca Albertina de Turín titulada Qué bello es vivir, a la que otras iniciativas seguirán, gracias a las generosas donaciones de la familia a la Academia Albertina, al Museo Nacional del Cine de Turín y a los Museos Cívicos de Módena. En Córdoba la Universidad Nacional ha elaborado un proyecto de estudio sobre él, que inició con el simposto de marzo 2020, y una gran exposición celebrará en 2021 el 150º aniversario de su nacimiento. Todas estas serán ocasiones para aclarar los aspectos aún oscuros de su vida, su personalidad y sus relaciones.

Las figuras de León y Augusto parecen estar en las antípodas: por un lado la obra del hijo, tan innovadora, profanadora, polémica y atormentada; por otro, la del padre, aparentemente serena y placentera, vinculada a su formación académica.

Pero algunas semillas del arte del padre se pueden identificar en la del hijo: el rigor, el esfuerzo, el perfeccionismo, la curiosidad, la búsqueda experimental en materiales, técnicas y expresividad, y la apertura a las problemáticas sociales. Y quizás muchos más, tema de los estudios en curso.